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15 October 2019

Pequeños dictadores



Imagina una manada de elefantes donde el más pequeño, ese que aún no controla su trompa ni puede salir sólo del río, ese pequeño que a veces tiene la boca chorreada con leche de su madre, fuese quien tomara las decisiones de la manada. Imagina que fuera ese pequeño quien decidiera dónde buscar los mejores frutos y, cuando hace calor, los mejores barriales para protegerse la piel. ¿Cuánto tiempo sobreviviría esta manada? En una temporada de abundancia, aunque seguramente con tropiezos, la manada lograría mantenerse con vida. Seguramente habría más malentendidos y correrían más peligros, pero con abundancia de comida y agua y sin demasiados depredadores al acecho, podrían lograrlo. Pero, ¿y cuando llegue el verano? ¿qué pasará cuando los cocodrilos se alineen en cada barranco, cuando los leones se escondan detrás de cada piedra y el pequeño dictador no pueda verlos? ¿cómo podrá guiar a la manada a los mejores pastos de verano que tal vez en su corta vida ni siquiera conoce?

La escena parece absurda, no tiene ningún sentido que ese pequeño reciba esa responsabilidad tan grande. Si los mayores tienen más experiencia, más fuerza, más resistencia y madurez, entonces lo más consecuente es que sean ellos quienes tomen las decisiones, mientras el pequeño descifra cómo usar su larga trompa, mantener el paso y no alejarse de su madre. Pero hoy en día, en las manadas o familias humanas, especialmente aquellas que viven con mayor abundancia, encontramos este fenómeno de los pequeños dictadores.

Familias que deciden comer de acuerdo con los antojos del pequeño, que planean ir al parque pero al final terminan en el televisor porque aquel que aún no sabe siquiera escribir así lo decidió. Observamos niños con zapatos de charol, pantalones de sudadera roja y camiseta verde biche, ya que así quiso vestirse hoy y mejor seguirle la idea y hasta reír un poco antes que enseñarle algunos protocolos básicos de vestimenta. Con helados, papas y mirando con asco todo lo que sea verde, deciden qué deben comer. Pequeños dictadores que toman las decisiones básicas de su vida y en muchos casos las de la familia acallando a sus súbditos con pataletas, gritos, palabras hirientes y hasta golpes.

¿Qué le pasaría al pequeño elefantito si su madre lo dejase hacer todo lo que quiere? ¿Toleraría el resto de la manada este tipo de comportamientos? Lo más común en las manadas animales es ver a los adultos corregir a los pequeños cuando se salen de línea. Con delicadeza, con sutileza y en otros casos con inquebrantable rudeza los adultos les enseñan a los más pequeños cómo socializar, cómo resolver conflictos, cómo priorizar el bienestar de la manada, cómo esperar y en general cómo sobrevivir juntos. Las correcciones no son claramente prohibirle al pequeño elefantito jugar con sus amigos una semana, ni tampoco dejarlo en una esquina solo al peligro de los depredadores. Son llamados de atención instantáneos, cortos y puntuales, que le permiten a la manada continuar con su vida normal mientras se hacen cargo de los más pequeños.

En familias humanas puede que las decisiones alimenticias, horarias y de vestuario de sus hijos no los lleve a la ruina, pero ¿qué consecuencias pueden tener estas dinámicas en el mismo niño?

Liderar una manada y tomar decisiones es un acto estresante. Usualmente los líderes de las manadas envejecen más rápido. Tener la carga de la decisión en un grupo conlleva consecuencias. Al permitirle al pequeño asumir este rol, se le está cargando de una ansiedad adicional. Los vuelve inquietos y con una incesante urgencia de obtener lo que quieren de inmediato.

Pero además de la ansiedad causada, estos pequeños niños deberán luego enfrentarse a un mundo que no está tan presto a sus demandas, que no gira en torno a sus caprichos y que lo llenará de frustraciones y de soledad. Le será difícil encontrar su lugar en grupos de amigos donde no sea el centro, donde no figure. Se sentirá merecedor del cariño de sus parejas y le costará enormemente llegar a decisiones conjuntas y aceptar otros puntos de vista. Siendo así, su supervivencia en la sociedad puede correr peligros más adelante. Al no haber tenido límites a sus divertidos caprichos, pasará una vida buscando esos límites, mientras culpa a sus preocupados padres porque lo que le dieron, realmente, nunca fue suficiente.

 

Por Gabriela Ramírez Vergara

Directora Tinta