ACTUALIDAD



30 August 2021

Profesor, docente, maestro o facilitador: la labor de quien enseña



Por Gabriela Ramírez Vergara

Mi introducción a un tipo de educación alternativa ocurrió en un proyecto llamado Kalapa, donde diferentes conceptos y corrientes se estaban implementando y probando. Aquí aprendí de todos los ámbitos personales y profesionales, pero sobretodo viví muchas cosas que en el momento no entendí y que he ido digiriendo en la medida en que he seguido aprendiendo sobre educación. Entre las cosas que he llegado a entender años después de trabajar allá, es porqué era importante cambiarles el título a los docentes, maestros o profesores por facilitadores.

La palabra docente viene del latín docěre, que quiere decir “hacer que alguien aprenda – enseñar”. Deriva el verbo decet, que quiere decir apropiado o conveniente. Siendo así el docente es el que hace que alguien aprenda, que se vuelva en una persona apropiada, decente. Hay por lo tanto un carácter un tanto impositivo en el proceso de aprendizaje, se “hace que” aprenda. Pero sobretodo, se entiende que existe una manera apropiada de ser, una manera conveniente de existir. Esto implica además que el docente conoce esta manera en que queremos que sean los estudiantes y puede moldearlos y llevarlos en este camino.

Jhon Abbot dijo: “¿queremos que nuestros niños crezcan como gallinas estabuladas o como gallinas de pastoreo?”. Una gallina estabulada tiene un único fin, poner huevos. Si es liberada, no sabrá usar bien sus patas para correr, no sabrá como buscar los mejores bichos para comer, se le dificultará relacionarse con otras gallinas y probablemente, ante un peligro inminente, responderá con mayor torpeza. Si no conocemos con certeza el mundo al cual se enfrentarán los niños, no podemos fijarnos en unas habilidades o conocimientos específicos para enseñarles. Debemos velar más bien porque sepan aprender cosas nuevas, sean adaptativos, resilientes y sociales. Un docente que debe hacer que aprenda a ser una persona apropiada, ¿lo hace apropiado para qué realidad? ¿para que mundo? En un mundo tan cambiante como el nuestro, pensar en que podemos hacer esto en plena consciencia con un niño puede ser un poco ambicioso, por no decir pretencioso.

También se le dice maestro a quien enseña, palabra también proveniente del latín magister, que quiere decir “el más mejor”. En este sentido, es el que más sabe, el que tiene más atribuciones, el que es más que los demás. Se hace referencia a una jerarquía de conocimiento y autoridad. Claramente, entre más experiencias tenemos en el mundo más conocimiento y habilidades vamos adquiriendo. Sin embargo, este “más” se refiere a un estado, no a un ser. Si nos tomamos más en serio el mundo democrático en el que vivimos, ninguno de nosotros debería proclamarse “más mejor” que los demás en un sentido ontológico.

El principio de igualdad y diversidad que defendemos en la actualidad parece en muchas ocasiones no ser escalable a la educación. Aún en muchos colegios los niños no tienen la libertad de ir al baño cuando lo necesitan, de comer cuando tienen hambre, de dar su opinión o de exigir ser tratados de manera igualitaria y justa. Los colegios democráticos, como los colegios Sudbury, contemplan una educación en la cual se le respetan dichos derechos a los niños desde el comienzo. En este estilo de educación, los adultos y los niños están en igualdad de condiciones, todos tienen voz y voto en las decisiones del colegio y tienen roles activos en los procesos tanto de aprendizaje como administrativos de la institución. En este lugar, por lo tanto, no existen maestros, siendo que nadie es considerado “más mejor”, sino staff. Estos adultos, con su experiencia más amplia y sus conocimientos más profundos, pueden asistir a los estudiantes en sus propios caminos de vida.

Finalmente, a quien enseña se le suele también llamar profesor. Esta palabra deriva del latín profitēri. El proverbio pro- se refiere a “delante de”, fatēri es del verbo “hablar”. Es decir, el profesor es quien habla delante de la gente. Así como en las típicas clases magistrales donde el profesor habla de pie usando tal vez un tablero y los estudiantes escuchan, toman nota y en algunas ocasiones hacen alguna pregunta. Es la manera estereotípica de enseñar, pero también es de las más ineficaces.

Es bien sabido que la manera en que mejor aprendemos es haciendo. Es decir, cuando activamente desarrollamos habilidades y exploramos de la manera más libre posible. Experimentando con nuestro cuerpo y nuestra mente, permitiéndonos intentarlo y fallar las veces que sea necesario. Jugando libremente, sin orden ni supervisión externa. En un modelo educativo que comprenda y utilice los conocimientos de la neurociencia, considere las experiencias personales de aprendizaje y por ende priorice el aprendizaje por medio de la acción, se entenderá que la persona que enseña no puede ser un profesor.

Llegamos entonces a la palabra facilitador, cuyos componentes léxicos son un por una parte facilitad: cualidad (-tas) de poder (-ilis) hacer (facere); y por otra parte el sufijo -dor, que es el agente, quien realiza la acción. En etimológicamente el facilitador es entonces el que hace que sea más sencillo, el que hace más fácil el camino.

Si el que enseña es un facilitador, por lo tanto, es quien acompaña los procesos de aprendizaje, ayuda a que sean más sencillos. No es la persona que cuestiona constantemente, lo cual da para cuestionar su rol evaluador. En este rol trabajé en el proyecto de Kalapa, y entiendo ahora cómo puede ser de importante al hacer parte de los procesos educativos de los niños concebirse como un facilitador, más que como un profesor, maestro o docente.

Foto de Max Fischer en Pexels